En la convocatoria realizada para el Boletín OPCA 9, se indicaba que
una de las primeras medidas de protección del patrimonio cultural
promulgadas por la Unesco fue la Convención para la Protección
de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado de 1954. Una
medida que daba cuenta de la preocupación global por mitigar el
impacto simbólico y material de la guerra sobre los patrimonios, las
memorias y las identidades de las comunidades involucradas, que
tuvo como detonante los acontecimientos producidos en la Segunda
Guerra Mundial. Donde se presentó la sustracción sistemática de
obras de arte y objetos religiosos propiedad de la comunidad judía
por parte de los ejércitos del Eje y el saqueo de piezas arqueológicas
y artísticas de un alto valor cultural que las tropas aliadas realizaron
por toda Europa, y que muchas de ellas, aún en la actualidad están
en proceso de reparación y recuperación para los museos nacionales,
los grupos sociales y algunas familias afectadas.
A pesar de las buenas intenciones plasmadas en la Convención, las relaciones
entre el patrimonio cultural, la violencia y el posconflicto se han
complejizado a la par de los conflictos nacionales e internacionales. Y
en esta medida, es posible distinguir dos caras del fenómeno. Por una
parte, la destrucción del patrimonio como acción de guerra, que ha sido
utilizada como una estrategia consciente enfocada a desmoralizar al
adversario, cortar los lazos entre las personas y sus lugares de origen y
alterar el orden y los referentes simbólicos de una comunidad. Por otra
parte, como medida de reparación y rearticulación del tejido social,
donde el patrimonio cultural actúa como aglutinante, como referente
colectivo y como espacio de narración de las historias y los pasados colectivos
que pugnan por ser escuchados, atendidos e incorporados en
la narración colectiva de las naciones.
Al tenor de lo planteado, especialmente a causa del momento actual
que atraviesa el país de cara a un acuerdo entre el Gobierno y
la guerrilla, y conscientes del papel activo que juega y que jugará
el patrimonio en términos de la reparación simbólica de las víctimas
y de la construcción de memorias locales y colectivas, así como
del desarrollo de procesos de construcción de ciudadanías plurales
e incluyentes que superen la mera tolerancia y aboguen más por
disensos participativos, hemos incluido en este número diversas
contribuciones que nos permiten tener un panorama amplio de reflexión
sobre el papel que juega el patrimonio como un legado que
si bien es difícil de asumir es necesario para pensarnos a futuro.
Las contribuciones de este número se han organizado en cuatro
grandes bloques. Iniciamos exponiendo tres casos donde se denuncia
cómo la violencia ha trasformado e incidido el patrimonio de una
comunidad. En estos ejemplos, subyace una reflexión profunda sobre
el lugar que ocupa la memoria para la construcción social. El primero
de ellos Espacios de memoria: el caso de La Escombrera en Medellín, es
la contribución de Pedro David Pérez-Torres, donde se plantea como
en éste lugar los “familiares de los desaparecidos se han apropiado
del sitio cómo un lugar de memoria, realizando en él, muchos de sus
actos simbólicos para exigir verdad, justicia y reparación, además
de representar una esperanza para encontrar los restos de sus seres
queridos”. La Escombrera permite “…pensar las relaciones entre el
conflicto, la violencia y la lógica de lo patrimonial”. Recientemente
este caso ha alcanzado los grandes titulares de los medios masivos de
comunicación tras el inicio de la remoción de escombros bajo la dirección
de la Fiscalía General de la Nación y las autoridades de Medellín,
actividad que culmina y reconoce más de 13 años de lucha civil de los
parientes de los desaparecidos (El Mundo, 2015; El Tiempo, 2015; El
País.com, 2015; El Espectador, 2015).
El caso de La Escombrera contrasta con la situación que nos propone
Nelly Del Castillo Loreto en su ensayo Cuando el conflicto social
y político se ensaña contra el patrimonio: La Ciudad Universitaria de
Caracas y con la que presentan Federico Mejía, Silvia Rocío Ramírez
y María Alejandra Quintero en Reinterpretación del patrimonio en
tiempos de conflictos interétnicos: reflexiones en torno al caso de la capilla
doctrinera de San Andrés de Pisimbalá. En estos casos, a pesar de
las diferencias entre actores y entornos sociales, se pone de manifiesto
que el patrimonio, y más allá de esto, su vulneración, es un
acto estratégico que tiene repercusiones concretas sobre la memoria
de quienes lo detentan.
El caso de la Ciudad Universitaria, entendida como… “maravilloso
ejemplo de la arquitectura, arte y paisajismo [que] representa el espíritu
de una Venezuela posible donde todos sus ciudadanos tenemos el
ineludible compromiso de atender un patrimonio que ha trascendido
a nuestras fronteras y que se ha tornado en un Patrimonio Mundial
de incalculable valor”, es un caso que ilustra como la destrucción
intencional del patrimonio cultural como estrategia de confrontación,
pone en peligro su transmisión a generaciones futuras. A su turno, el
incendio de la capilla doctrinera de San Andrés de Pisimbalá permite
ver cómo “… gracias al papel de los medios de comunicación que divulgaron
la noticia, hasta convertirla en patrimonio de la humanidad
y símbolo de los conflictos interétnicos de la región…”, “–paradójicamente-,
los mismos conflictos en la región del Cauca que habrían
propiciado el hecho, pasan a un segundo plano en favor de exaltar la
destrucción del patrimonio resignificado”.
El tratamiento teórico de las implicaciones que tiene la relación entre
patrimonio cultural, violencia y posconflicto, quedan planteadas en
los aportes que constituyen el segundo bloque temático del Boletín.
La contribución de Pablo Alonso González y Luis Gerardo Franco en
Nuevas memorias para nuevos futuros: reflexiones sobre el patrimonio cultural
en contextos de conflicto, argumenta que Colombia vive un “…
cambio en el que se está produciendo una eclosión de procesos de
memorialización y patrimonialización, promovidos tanto por entidades
e instituciones públicas como surgidas desde la base que
requiere atención y discusión desde diversos campos”. Un proceso
que no puede dejarnos perder de vista que… “En todo ello, las ideas
y políticas asociadas al patrimonio, y los lugares de memoria reconstruidos,
destruidos o resignificados vinculados a aquellas, juegan un
papel fundamental muchas veces menospreciado”. Perspectiva que
Luis Gerardo Franco en su texto El conflicto del patrimonio y/o el patrimonio
en el conflicto amplía al establecer que… “Décadas de conflicto
en Colombia han hecho que el conflicto se viva como cotidiano
y que las prácticas culturales, aún las no asociadas al patrimonio en su
sentido institucional, intenten tomar distancia de él y aparecer como
articuladoras de historias, sentidos de lugar y memorias colectivas.
Una suerte de narrativas que expresan tanto el rechazo, la supervivencia
e intención de generar una “re-existencia””.
El tercer bloque de textos hace énfasis en la recopilación de memorias
en torno a procesos comunitarios que se han adelantado en
diferentes lugares del país, y no obstante su diversidad temática
y regional, destacan como sujeto central a las comunidades indígenas
como uno de los grandes dolientes de las tensiones entre
patrimonio cultural, conflicto y posconflicto dejando implícito el
reto por incorporar a estos grupos en los procesos de reparación y
construcción de sentido propio del postconflicto.
El primero de estos aportes es el de María Cristina Salas Cerquera
Reclutamiento ilegal de menores y patrimonio cultural inmaterial:
el caso de las comunidades indígenas en Colombia que señala… “El
reclutamiento ilegal de niñas, niños y “jóvenes indígenas es una
práctica invisibilizada y silenciada”, lo cual… no ha permitido realizar
investigaciones y programas que busquen entender y mitigar
los impactos de éste, y del conflicto armado, sobre el patrimonio
cultural inmaterial de las comunidades indígenas en Colombia”.
El texto de Lidia Iris Rodríguez Rodríguez Guambía, somos de Pishimisak,
Cuando el patrimonio cultural nos habla para dar vida, por
su parte, sugiere que “… la relación de las luchas por la recuperación
del territorio, la historia y la cultura del pueblo Misak…
[guiadas por]… la continuidad y cauce que ha llevado [al seguir el]
principio de “recuperar el territorio para recuperarlo todo”; enfatiza
en la función primordial del patrimonio cultural como elemento de
cohesión social y en el fortalecimiento de la identidad y vida guambiana”.
Por su parte, el texto de Claudia Afanador Hernández ¿Vas
a jugar Carnavales? La construcción de imaginarios de futuro desde
el Carnaval de Negros y Blancos de Pasto, Patrimonio Cultural Inmaterial
de la Humanidad, señala que “…gracias a las características
de este acto festivo de ser incluyente y tener lugar en el espacio
público... permite que las personas interesadas puedan participar
en diferentes acciones y actividades para mostrar sus expresiones
culturales como es el caso de la población desplazada por la violencia
y de las comunidades más pobres del municipio de Pasto”
lo cual da cuenta de soluciones comunitarias que dan sentido de
vida a personas que han sido expuestas al trauma de la guerra y el
desplazamiento forzado.
El último bloque presenta dos casos muy interesantes que nos ofrecen
formas alternativas de comunicar, documentar y transmitir las memorias
del dolor y que bien sea de forma física o virtual, materializan
espacios de reconciliación, reflexión y diálogo. Laura Ximena Aguirre
en Muralismo en Territorio Nasa, nuevas narraciones en un pueblo que
resiste indica que en el contexto de Toribío (una de las poblaciones
que más ataques ha sufrido en la historia del país –más de 400 hostigamientos
por parte de la guerrilla- ), “…el muralismo se consolida
como una práctica social con una función estética, pedagógica y política
que busca rescatar y recrear elementos constitutivos del patrimonio
inmaterial y material del pueblo Nasa como su lengua, creencias,
oficios tradicionales y su territorio”.
Otro recurso importante de memoria y conexión con la realidad que
vivimos, es el que Elder Manuel Tobar Panchoaga nos presenta en
su texto 4 Ríos: Arte, tecnología e interacción para narrar el conflicto armado
en Colombia. Y es que “ Ríos es un proyecto transmedial que
narra historias del conflicto armado en Colombia haciendo uso de
tecnología, arte e interacción. Por medio de herramientas de creación
de memoria histórica, un cómic interactivo, un corto animado y una
experiencia interactiva, ofrece a los usuarios nuevas formas de vivir y
sentir distintas historias que retratan las consecuencias del conflicto
y la violencia que ha sufrido Colombia”.
Teniendo en cuenta las discusiones planteadas arriba, podemos decir
que en las últimas décadas uno de los factores que más incide
en la destrucción del patrimonio en el contexto de los conflictos
armados es la confrontación entre diferentes visiones de mundo.
En Colombia no hay abismos aparentes entre prácticas religiosas o
cosmovisiones que afecten el patrimonio, al punto que con un poco
de ironía se podría decir que el factor que más destruye el patrimonio
en Colombia es la falta de conciencia, educación o intervención
sobre el mismo. Y aunque esto puede quedar para otro debate, lo
cierto es que aún estamos ante la solución a una guerra interna y
en el transcurso de un proceso de paz, quedando muchas tareas por
realizar como son los procesos de reparación y verdad a las víctimas
de la guerra.
En esta línea, aún está por investigar qué ha pasado con el patrimonio
y la cultura de muchos grupos afectados por la violencia, como
el exterminio y la trasformación acelerada a la que se ven sometidos
los Nukak Makú en la región del Guaviare, y otros grupos indígenas
en lugares como la serranía del Perijá, el Baudó o la Sierra Nevada,
territorios epicentro de conflictos entre paramilitares, guerrillas y el
Estado. También está por cuantificar el expolio a través de la guaquería
y el robo de arte colonial y contemporáneo, que se realiza en
regiones afectadas por la guerra y el desplazamiento forzado. Esto
sin mencionar la importancia de plantearnos como pedagogía social
y recuerdo histórico, la declaratoria de escenarios y pueblos como Bojayá
o El Salado, donde se vivieron momentos intensos de guerra que
podrían llevar a pensar en la consolidación de sitios de la memoria. O
la urgente necesidad de monitorear e intervenir en la confrontación
que se vive entre pueblos raizales, colonos y Estado en diferentes regiones
del país, como el sur del Huila o el norte del Cauca. El postconflicto
es un tópico por desarrollar, y nos plantea retos para una nueva
dimensión de investigación en patrimonio y cultura. Tareas a las que
el Boletín OPCA 9 espera servir de eco y dinamizador.