Estos procesos de fortalecimiento étnico están enfocados hacia la posibilidad
de obtener beneficios gracias al reconocimiento como comunidad
culturalmente diferenciada, como es el caso de los predios de
San Rafael en Toribío (ver Duarte, 2013), o la disputa que nos concierne
en San Andrés de Pisimbalá por el control de la educación. Esta
última surgió en 2010, cuando la Secretaría de Educación y Cultura
del Departamento del Cauca estableció que la Institución Educativa
Microempresarial Agropecuaria de San Andrés de Pisimbalá (IMAS)
ya no quedaría en manos de la administración indígena, como se había
establecido el año anterior [2009] (Nieto, 2013), lo que motivó a
los indígenas a ocupar la planta física de la institución3, argumentando
que la etnoeducación es un derecho fundamental4, mientras los
campesinos objetaban que se actuaba en detrimento de su derecho
a la educación tradicional (occidental). A partir de ese momento comenzaron
las ofensas y graves confrontaciones5 que culminaron en la
destrucción casi total de la capilla doctrinera de San Andrés de Pisimbalá
mediante el incendio provocado el jueves 28 de marzo de 2013,
día en que el calendario católico conmemoraba el jueves santo.
Dicha capilla fue construida hacia 1785 por iniciativa del padre Joaquín
Núñez de Tobar, y era, junto con el templo de Chinás, el único
en la región que conservaba la cubierta de paja (Castrillón, 2009).
Amaneiro (1976) resalta el papel histórico del templo como lugar de
reunión, gracias a su ubicación estratégica sobre una meseta, y al impacto
visual de sus muros blancos entre la vegetación, que la habrían
hecho fácilmente reconocible como punto de referencia, no solo para
actividades religiosas, sino también para encuentros sociales. Del
mismo modo, la página oficial del municipio de Inzá resalta su importancia
como de gran “valor patrimonial de vestigio histórico” que
la convierten en el “elemento principal del contexto urbano, simbólicamente
es el hito principal de la zona, un elemento primordial de la
memoria urbana, del paisaje de san Andrés de la cotidianidad social”
(Alcaldía Municipal de Inzá). Por otro lado, Castrillón (2009) resalta
que la construcción era inicialmente diferente a la que se observaba
en los últimos tiempos, debido a las modificaciones que se hicieron a
raíz del incendio de 1975 [y la inundación en 1994] y a las múltiples
intervenciones arquitectónicas (superior a las otras capillas de la región)
que, a su juicio, malinterpretaron el estilo original, propiciando
grandes variaciones. Ahora bien, aun cuando su valor arquitectónico
puede ser cuestionable, esta es sin duda un icono de especial importancia,
coexistiendo junto con los hipogeos de Tierradentro como los
principales puntos turísticos de la región.
Ahora bien, aunque los responsables del incendio en el 2013 son oficialmente
desconocidos, se asumió de forma amplia en el municipio
y los medios de comunicación, en especial en los portales web, que la
quema de la capilla fue intencionada, y se insertaba dentro del conflicto
entre campesinos e indígenas que se vive en la región6. Este
discurso fue reproducido por periodistas, alcaldes, gobernadores y alcanzó
periódicos de circulación nacional, en los que los encabezados
enfatizaban el hecho de que una iglesia doctrinera declarada patrimonio
de la humanidad por la UNESCO en 1995, había sido incendiada
en el Cauca7, ignorando la falsedad de tal afirmación, ya que en dicho
año (1995) la UNESCO reconoció el Parque Arqueológico Nacional de
Tierradentro (anteriormente reconocido como Monumento Nacional
por medio del Decreto 774 de 1993), más no a la capilla doctrinera,
ubicada por fuera de los límites del parque. Se debe anotar que aun
cuando los medios de comunicación registran a la Capilla Paéz San
Andrés de Pisimbalá bajo el falso estatus de Patrimonio Cultural de la
Humanidad, esta sí es de profunda importancia cultural. Años atrás
(1982) había sido propuesta para integrar la lista de Monumentos
Nacionales de Colombia por medio de la Resolución 002 12-III-1982
(Colcultura, 1995:16), donde no obtuvo el reconocimiento. Posteriormente,
por medio de la Resolución 1686 del primero de diciembre
del 2004 y la Resolución 0192 del primero de marzo del 2005 (Ministerio
de Cultura, 2015:13) fue reconocida como un Bien de Interés
Cultural (BIC). Así pues, la capilla no se torna importante solamente
al momento del incendio, pero sí se instrumentaliza un estatus que
no le corresponde, el de Patrimonio Cultural de la Humanidad de la
UNESCO, para darle un mayor significado a los hechos ocurridos.
Es por esto que, paralelamente, algunos medios exaltaron la presunta
culpabilidad de los indígenas del resguardo8, sustentados en la idea
de que mientras para la población mestiza el templo sería reconocido
como un sitio de culto sagrado, además de patrimonio arquitectónico
e histórico, para los indígenas no es más que la expresión simbólica
del dominio colonial mestizo, de modo que la quema de la capilla
sería una manifestación y una herramienta de su lucha política. En
algunos casos incluso se usaron apelativos como “turba”9 para referirse
al supuesto conjunto de indígenas que decidieron destruir el
templo, llamándolos entonces a la reflexión y la recapacitación de los
medios usados en su protesta por la autonomía indígena, resaltando
que si bien la capilla está situada en territorio del resguardo, por ser
patrimonio cultural no solo les pertenecía a ellos sino también a las
poblaciones de colonos del lugar, a los colombianos y a la humanidad.
Gracias al reiterado énfasis en su importancia como Patrimonio de la
Humanidad y a lo lamentable de su destrucción, la capilla de San Andrés
de Pisimbalá quedó confinada a ser un símbolo de la afectación al
patrimonio, mientras las causas que lo propiciaron fueron trivializadas al rastrearlas a tan solo unos años atrás a la confrontación entre
dos grupos locales enfrentados por una escuela10. Del mismo modo,
al verse inscrita de forma directa en los enfrentamientos, se resignificó
como un ícono del conflicto interétnico, incluso por encima del
Parque Arqueológico de Tierradentro y los hipogeos, que a pesar de
ser la representación arquitectónica, artística y social de una cultura
del pasado hoy desaparecida, en este caso carecen de poder político.
Si bien no es posible llegar a medir el alcance que tienen los medios de
comunicación de masas a los que hacemos referencia en la formación
de opinión de sus audiencias, sí podemos abordar críticamente la relación
entre medios de comunicación y sociedad. Ante todo, se espera
de los medios de comunicación dirigidos a grandes y heterogéneas
audiencias, neutralidad informativa a favor del “interés público” o el
“bienestar general” del conjunto de la sociedad -o al menos de su mayoría-
(McQuail, 1994). Sin embargo, hay que considerar que los medios
de comunicación tienen objetivos más allá de informar, debido
a que estos carecen de total autonomía de otras fuerzas imperantes
en la sociedad, como son las normas, convenciones, influencias políticas
o económicas, control formal e informal, fuerzas del mercado,
requisitos operativos y prácticas profesionales que han sido establecidas
por diferentes instituciones sociales, además del compromiso
de cumplir con las expectativas de su audiencia (McQuail, 1994). Asi
mismo, como señala McQuail (1994:555), es necesario reparar en
que “los media suelen pertenecer o estar bajo el control de intereses
comerciales (en general considerables) o del Estado, es decir, los entes
que más poder económico y político tienen. [Es] plausible que sus
propietarios actúen, a través de sus respectivos media e incluso indirectametne,
por sus intereses a largo plazo”. Adicionalmente, gracias
a su amplio alcance, los medios de comunicación masivos juegan un
papel activo en la creación de imaginarios culturales que se difunden
ampliamente en las percepciones nacionales y terminan configurando
las realidades observadas.
En el caso que nos concierne, los medios de comunicación masivos
han sido guiados por la hegemonía misma del discurso del patrimonio
mundial adaptando sus términos y significados, en muchos casos
descontextualizados y a históricos, y naturalizándolos en el discurso
del patrimonio nacional. Producto de este proceso es la sobrevalorada
importancia del patrimonio cultural que permitió dejar de lado el
contexto histórico de las problemáticas sociales en el Cauca, creando
fuertes sesgos en su labor de comunicación (Jaramillo, 2011). Asimismo,
al ser un mecanismo informal (no académico) de transmisión
de información, se expresa aquello que se desea con poco cuidado
de las fuentes o incluso de la veracidad de lo que se transmite. En
este sentido se da lugar a la reinterpretación del conocimiento y a
la creación de imaginarios en diversos ámbitos, como el de la ciudadanía,
el institucional o el académico mismo (Jaramillo, 2011). Esto
es comprensible en tanto los medios de comunicación son una ruta
de fácil acceso de información que cuentan con la “confiabilidad” de
sus usuarios (Conforti y Enderer, 2012). De fácil acceso en cuanto
a que cualquier individuo o institución está en capacidad de hacer
uso para informarse a través de los medios radiales, portales web o
noticieros televisivos, tanto regionales como nacionales e internacionales.
Y confiables en el sentido en que rara vez aquella información
se cuestiona de manera crítica por los usuarios (Conforti y Enderer,
2012) y al ser reproducida a través de la mayoría de los medios, ofrece
poca cabida al análisis y la respuesta crítica de la visión del mundo
ofrecida. En el caso del incendio de la capilla doctrinera de San
Andrés de Pisimbalá, la cobertura mediática presentó solamante el
hecho coyuntural de la quema de la iglesia-patrimonio sin intentar
comprender su contexto, sino acercándolo a ejecución de un hecho
terrorista. En consecuencia, al señalar la presunta culpabilidad de los
indígenas, ayuda a reforzar la imagen estereotipada del indígena incivilizado
y salvaje. De este modo, podemos ver cómo los medios de
comunicación de masas han contribuido sistemáticamente en la definición
sesgada de los conflictos y las tensiones latentes en el Cauca,
pues al tiempo que ofrecen su visión del mundo con la apariencia de
servir a una lógica objetiva e informativa, impiden el surgimiento de
cuestionamientos fundamentales sobre el Estado nacional, sus instituciones
y su actuar.
En conclusión, se puede observar cómo la representación mediática
del incendio que destruyó la capilla doctrinera de San Andrés de Pisimbalá
el 28 de marzo de 2013, profundizó en el daño, dando una
mayor importancia a la violación de la obligación de conservar el patrimonio,
más que a los conflictos sociales detrás de estos hechos.
Así, se puede observar cómo las dinámicas del conflicto fueron banalizadas
como un hecho aislado sin repercusión fuera del ámbito local
y circunscrito a los grupos antagónicos enfrentados, de modo que el
entramado de relaciones que de diversas maneras intervienen en el
conflicto (incluidas las representaciones del Estado nacional, las organizaciones
al margen de la ley, la iglesia católica, los empresarios e
incluso los pobladores de otras etnias o no reconocidos como grupos
étnicos), se ven absueltos de toda responsabilidad. Finalmente, casos
como este nos permiten elaborar una reflexión sobre el papel de los
símbolos del patrimonio y la utilidad de su carácter representativo
en contextos de conflictos, especialmente en la actualidad, cuando el
concepto de patrimonio ha adquirido tanta importancia.