OPCA # 11

Lo común, lo público y el patrimonio.
Reflexiones sobre la potencia de la cultura.

Centro de Pensamiento Latinoamericano RaizAL1

Lo “común” y el “sentido común”

En la vida cotidiana, el sentido que denominamos sentido común define lo común como aquello que es de todos, lo que compartimos todos, lo que puede ser de todos, o lo que nos implica a todos. Por lo general el sentido común hace parte de esa dimensión de la cultura que tenemos tan interiorizada que consideramos sus disposiciones como naturales. Sin embargo, detrás de aquello que hacemos simplemente porque es así, se esconden sentidos y significados culturales que no solo definen nuestro universo de lo pensable sino que también nos permiten imaginar lo posible. Lo común es un concepto que ha empezado a circular recientemente por distintos espacios sociales, como un referente discursivo que, desde el pensamiento crítico, busca posicionar nuevas formas de imaginar el quehacer social, económico y político contemporáneo.

Haciendo seguimiento a los usos actuales de la noción de lo común nos encontramos con que en distintos ámbitos las nociones de patrimonio, lo público y lo común se han interpretado como términos intercambiables, cuando no como sinónimos. Los tres hacen referencia a un cierto común denominador que se expresa en instancias sociales diversas haciendo eco de una preocupación por lo que nos concierne a todos. Por ejemplo, como referente de la nación, el patrimonio se considera (de interés) público tanto como lo público (los recursos, por ejemplo) se considera patrimonio de todos los colombianos. Así mismo, el patrimonio es un concepto que le da un especial valor cultural a la experiencia social e histórica compartida y a la materialidad que recoge esa experiencia desde la memoria común. Los tres conceptos demuestran al menos en teoría una gran empatía entre si, sin embargo valdría la pena diferenciar mejor tanto sus significado como sus usos sociales para comprender sus contradicciones, alcances y potencialidades.

El Patrimonio puede ser considerado idealmente como un escenario de reproducción de los sentidos comunes. Sin embargo, aunque todo lo común puede ser considerado patrimonio, no todo patrimonio es común. El patrimonio es una categoría definida por el Estado a través de las leyes, y gestionado desde las políticas públicas de patrimonialización. En el sentido común de la gente, el Patrimonio suele asociarse con algo dado, algo ya hecho, no necesariamente que no se siga construyendo o que permanezca quieto, pero si algo que de antemano ya se sabe qué es, como los monumentos. Por supuesto, eso no quiere decir que solo eso sea el patrimonio. También existen manifestaciones culturales que se consideran patrimonio sin que necesariamente hayan pasado por la sanción del Estado, como muchas fiestas patronales o algunas músicas tradicionales, por poner un ejemplo. Ese tipo de patrimonios, así entendidos, suelen estar en riesgo de desaparecer, por lo que encuentran en el reconocimiento institucional una forma de garantizar su pervivencia. Sin embargo, aquello que nos hace pensar en un patrimonio, en un “legado propio y nuestro”, más allá del Estado (al menos en términos teóricos) tiene que ver con la potencia del entramado dinámico de relaciones sociales que somos capaces de reconocer en una manifestación cultural. Muchos casos documentados de procesos de patrimonialización en Colombia han dejado un sabor amargo al constatar que la sanción estatal ha estimulado justo lo que pretende prevenir: la desaparición de ciertas manifestaciones bajo la lógica de la mercantilización, la simplificación y la estandarización. La patrimonialización protege el artefacto, el escenario y la logística, pero no necesariamente los espacios de reproducción del sentido común.

Un caso como el del Carnaval de Barranquilla es un ejemplo interesante que demuestra que la patrimonialización ha generado procesos de mercantilización cuyo efecto contundente, más allá de la privatización, ha sido la pérdida de densidad de las múltiples relaciones sociales que el carnaval propicia.

La potencia de las relaciones sociales que se ponen en común en el carnaval es sin duda aquello que constituye el núcleo profundo de su valor patrimonial. Partiendo de considerar que la estandarización hace que la creatividad social pierda su fuerza, la noción de lo común nos propone el reto de repensar el patrimonio en una clave distinta donde no solo se ponga en evidencia lo que ya está dado, lo que es ya sentido común. Lo común expresa más bien la fuerza de lo que puede llegar a ser, algo que se proyecta al futuro, que guarda también cierto tipo de incertidumbre por la forma que adopte en su dinamismo. Lo común se piensa como algo vivo, dinámico y que es en la medida en que nos relacionamos con él.

La noción de lo público

Otra dimensión del problema se abre cuando exploramos la noción de lo público. Desde una perspectiva más bien ortodoxa de nuestro sentido común, el concepto de lo público suele identificarse con el campo creado por el Estado. Aunque lo público no necesariamente debe reducirse a lo estatal, en un país como Colombia, 200 años de historia han troquelado una particular manera de definir el campo de lo público como algo íntimamente ligado a la institucionalidad del estado. Por supuesto en un escenario así y conociendo la historia de la conformación del estado-nación sabemos (por sentido común) que lo común ha estado más bien poco representado. Justamente, en términos culturales, el asumir lo público directamente como lo estatal ha hecho que el sentido de pertenencia del ciudadano promedio hacia aquello que se denomina público haya estado más bien ausente, o condenado a la desidia de lo que “no me pertenece”. En buena medida, el sentido común ha condenado a lo público a ser la antítesis de la propiedad privada, el límite de los derechos individuales y la expresión autoritaria de un Estado que atenta contra la libertad. Todas estas imágenes corresponden bien a las representaciones caricaturizadas del comunismo que nos llegaron a través del cine y la televisión durante décadas de guerra fría.

De igual forma, muchos sectores sociales, sobre todo las clases acomodadas, han considerado lo público como un foco de corrupción y desfalco del estado. De hecho, la mayoría de las políticas neoliberales de los años noventa buscaron disminuir el campo del Estado, reduciendo su ámbito de incidencia, es decir lo público, mediante distintos mecanismos de privatización. En ese marco, vemos como aparecen nuevos significados culturales y otras forma de entender lo público como “aquello que por ser de todos no debe ser de nadie”. Esta idea de lo público aunque puede resultar contradictoria en su formulación ha sido ampliamente usada en los últimos veinte años por los gobiernos local, regional y nacional en Colombia. En Bogotá, esta concepción hizo carrera en administraciones distritales de los años noventa, y el mejor ejemplo de su materialización son los bolardos que invadieron los andenes bogotanos bajo el supuesto de impedir así la invasión del espacio Público.

Esta idea de lo público contrasta con aquella que piensa lo público desde la lógica de la ciudadanía, esto es, no como un campo definido y delimitado por la acción estatal, sino como un derecho ciudadano. Esta concepción de lo público como lo compartido es mucho más cercano a la idea de lo común que intentamos esbozar acá. Ejemplos de esta lógica se encuentran en múltiples formas de gestión social y comunitaria a nivel rural y urbano dirigidas a garantizar el uso común por ejemplo, de un bien. Ejemplos de esto se encuentran en muchos barrios populares de Bogotá donde a través de gestión comunitaria y la solidaridad entre vecinos se han construido espacios de recreación, modalidades de resolución de conflictos, estrategias comunitarias de seguridad, atención a los niños, etc.

Ahora bien, en las últimas décadas el progresivo proceso de mercantilización de diversos ámbitos de la vida cotidiana, incluso de lo que se denomina vida privada, bajo el estandarte de la privatización, ha despojado a lo público de sus posibilidades de ser gestionado y regulado por el Estado, y ha permitido que dicha mercantilización cosifique lo patrimonial. Frente a ello dos conceptos emergen desde ciertas vertientes de la teoría crítica, el concepto de “bienes comunes” y el concepto de “usos comunes”. Los dos conceptos están íntimamente relacionados y aluden a la existencia de una serie de elementos o bienes compartidos, de primera importancia para la vida y la reproducción de la sociedad. Aunque podríamos acercarnos a la genealogía del concepto siguiendo el trabajo desarrollado por teóricos como Elinor Orstrom alrededor de los comunes (y su tragedia), lo que interesa en este texto es dar cuenta de algunos de los usos sociales del concepto de cara a visibilizar su potencial. La noción de bienes comunes aparece en primer lugar ligada a los recursos naturales o bienes de la naturaleza como el aire, el agua, el viento, el mar, etc.; y su explicitación como bienes tiene que ver con la amenaza que pesa sobre ellos debido a fenómenos generales como el cambio climático, tanto como a las distintas formas de privatización que impiden que cualquiera pueda acceder a ellos. Se trata de bienes que en principio están por fuera del mercado, pero que poco a poco empiezan a convertirse en mercancías. Hasta hace un par de décadas resultaba ridículo para el sentido común pensar que un vaso de agua pudiera ser vendido en los supermercados. Sin embargo, eso hoy es una realidad, lo que de alguna manera se refleja en las formas de enunciar el agua como “recurso” natural. Frente a este tipo de valorización, hablar del agua como un “bien común” enfatiza su valor de uso por sobre su valor de cambio.

De manera mucho más reciente la noción de bienes comunes viene extendiéndose a ámbitos como la producción de conocimiento. El proceso de mercantilización del saber ligado a una progresiva privatización del mismo ha generado preocupación en amplios sectores de la academia crítica latinoamericana. En efecto, en varios países desde las políticas públicas de ciencia y tecnología, la producción de conocimiento por parte de centros de investigación y universidades viene encaminándose hacia procesos de internacionalización que se concretan en la homogenización y estandarización de ciertos parámetros de calidad. Dichos parámetros funcionan sobre la base de restringir el acceso al nuevo conocimiento promoviendo su conversión en valor de cambio. Frente a este fenómeno se viene trabajando desde varios espacios académicos en la promoción del conocimiento como bien común, de libre acceso, como patrimonio y como bien público (sobre todo aquel que ha sido producto de una inversión de presupuesto público).

Los bienes comunes solo pueden ser de uso común, y el uso común esta relacionado con un uso solidario, que debe tener en cuenta la reciprocidad y la redistribución, y por lo tanto implica la promoción de una ética de lo común y una de lo suficiente. Al poner el énfasis sobre el valor de uso, sobre la práctica, más que sobre el valor de cambio, se busca promover una nueva gramática de relación en el mundo social, y sobre todo entre este y la naturaleza. Así, más que una noción ontológica de afirmación del Ser como algo aislado, lo que las nociones de bienes y usos comunes pueden permitir señalar es la importancia del hacer y el estar en relación común.

A pesar de su reciente puesta en circulación, la idea de lo común no es tan reciente como se podría pensar. Bienes y usos comunes así considerados han marcado de una u otra forma la historia política y económica en lo que se denomina sociedad occidental al menos en los últimos siglos. Ya desde el siglo XVIII los debates sobre lo común aparecen relacionados con los enclosures o movimientos de encerramiento que buscaban apropiarse de los territorios comunes. Posteriormente, durante la revolución industrial en el siglo XIX, los drásticos cambios del paisaje europeo y el crecimiento de las ciudades producto de la nueva geometría de la economía política, hicieron cada vez más evidentes las crecientes desigualdades sociales. Muchos empezaron a convocar esfuerzos por medio del llamado a lo común y su expresión de justicia. De la Comuna de Paris, la Liga de los Justos, la Liga de los Comunes, y de allí a la imaginación de una sociedad comunista, han sido varios los caminos y vericuetos que traen la reflexión de lo común hasta el presente.

En América latina la relación entre lo común, los comunes y lo comunitario tiene una historia similar. Movimientos como el de los comuneros, se extendieron a finales del siglo XVIII por todo el continente. Su reivindicación hacía hincapié en la defensa de las vidas y derechos colectivos en un momento en que las políticas de gobierno desconocieron el valor de las relaciones comunitarias ligadas al uso de la tierra colectiva y el trabajo artesanal, entre otras cosas. Fueron estos movimientos la base de lo que posteriormente seria el movimiento independentista. En ese sentido, la relación de lo común y lo comunitario con la reivindicación de derechos colectivos es de larga data. Así, la pregunta por “lo común” implica situarse en una historia de confrontación con los viejos y los nuevos encerramientos no sólo físicos y espaciales, sino también a través de los procesos de codificación y conmensuración que hacen posible su apropiación y la consecuente extracción y monopolización de la plusvalía.

Así las cosas, lo común es uno de esos conceptos que nos convoca a repensar las naturalizaciones propias de la cultura no solo desde lo que ya es común sino desde lo que puede constituirse en algo común. Por eso podemos decir que lo común es un concepto –herramienta para pensar y para actuar, que nos invita a abrir nuestra definición de aquello que es común a aquello que se hace en común: lo que se hace entre todos, lo que se puede hacer entre todos, lo que se hace para todos, o lo que esta abierto y no tiene restricciones para que la gente pueda participar en su determinación, en su caracterización, y en su implementación.

Sin embargo, más que una idea ilusoria de lo que puede hacerse entre todos, o lo que pueda depender de todos, es una apuesta por posicionar formas de relaciones sociales otras. En ese sentido, se trata de una disputa política (en un sentido amplio del término) que debe darse en muchos ámbitos. El carácter político de lo común nos aleja de cualquier posibilidad o intento de comprenderlo como una totalidad homogénea y consensuada de la voluntad política colectiva. Lo común es heterogéneo y contingente, es una herramienta en la disputa por la hegemonía. Lo que juega detrás del concepto de lo común es una lógica de visibilización de relaciones sociales más horizontales. Pero también se trata de poner en evidencia que esas relaciones tienen el potencial de confrontar y contraponerse a aquella lógica de relaciones sociales más individualizantes y compartimentadas que se imponen actualmente en el sentido común como las únicas posibles, o como las más adecuadas.

Esta muy presente en el sentido común la idea de que “lo mío llega hasta donde comienza lo tuyo”. Lo común propone una serie de transversalizaciones más ricas, más trasgresoras de las formas de pensar lo público y el patrimonio más allá de la propiedad privada. No como ofensa al otro, sino como evidencia de que hay cosas que van más allá de las definiciones de lo que es tuyo o es mío. En ese sentido, lo común no es solo una idea o una intención de hacer las cosas de otra forma. Es una apuesta para intervenir ciertas relaciones de poder. Sin embargo no se trata solo de una buena idea, lo común es un concepto que se puede reconocer en muchas prácticas culturales y sociales que están vigentes en la cotidianidad y que se despliegan en distintos ámbitos de nuestra vida. Ya de hecho en muchos ámbitos podemos encontrar que hay prácticas y concepciones que intentan hacer ese contrapeso al poder del interés particular en nuestra sociedad.

Lo común pone en evidencia el valor subversor de ciertas relaciones sociales que construimos en la cotidianidad pero que por lo general no se tienen en cuenta. Este tipo de relaciones en ciertos espacios sociales más que en otros, han quedado desatendidas por la prioridad que cobra el interés personal en la sociedad de consumo. Lo común hace un llamado a visibilizar lo compartido, poniendo valores e intereses comunes por encima de valores e intereses individuales, y mostrando que ambos no son necesariamente excluyentes, que lo particular también puede ser común. Que puede ser más fácil dar ciertas luchas desde lo común más que de manera particular. Fomentar valores que están por encima de las lógicas individualistas pero que además han demostrado que son más efectivas en un mundo como el actual donde todo es instrumental y efectivista.

El reto de “lo común”

Así, a pesar de que lo común aparece como una potencia social que puede ayudar a comprender mejor nociones como el patrimonio y lo público, no se trata de un concepto que se pueda institucionalizar dado justamente su carácter contingente y su vocación contra-hegemónica. Lo común podría inspirar una particular política pública de de cultura, encaminada por ejemplo al fortalecimiento de las solidaridades comunitarias en la gestión social, o al fortalecimiento de formas de ciudadanía diversas y plurales. En ese sentido, esta reflexión quisiera proponerle una dosis de “lo común” a las nociones de “bienes” y de “usos” que tiene nuestro sentido común. Pero garantizar el poder de lo común pasa ante todo por dejar que se exprese.

Notas

1. Este texto es una elaboración colectiva del Centro de Pensamiento Latinoamericano RaizAL, una red de investigadores sociales dedicada a la producción de pensamiento crítico, interdisciplinario y situado, desde América Latina. RaizAL está comprometido con la construcción de pensamiento propio, y con la búsqueda de metodologías éticas de generación de conocimiento común que contribuyan a transformar la realidad, elaboradas en conversación con epistemologías diversas, dentro y fuera de la academia. Alhena Caicedo, Profesora del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes, es miembro de RaizAL y una de las autoras de este texto.


Referencias

    • Nota de los Autores: La falta de referencias bibliográficas fue arbitraria y responde fundamentalmente a la idea de interrogar el “sentido común”.

Cómo citar este artículo

Centro de Pensamiento Latinoamericano RaizAL. (2016). Lo común, lo público y el patrimonio. Reflexiones sobre la potencia de la cultura. Boletín OPCA, 11, 6-10.


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