OPCA # 5

Alteridad y mismidad:
música afrocaribeña en el Estado de Quintana Roo, México

Elisabeth Cunin
Elisabeth.Cunin@ird.fr
Chargée de recherche Institut de Recherche pour le Développement
IRD - URMIS - Universidad de Niza..

En el sur del estado de Quintana Roo existen unos veinte grupos de reggae y de ska, y muchísimos más en toda la península de Yucatán. Esta música tiene su origen en la historia local de la región: aparece a finales del siglo XIX, con las migraciones de trabajadores forestales beliceños descendientes de africanos (bajo el nombre de sambay y brukdown); desaparece con la integración de Quintana Roo a la nación postrevolucionaria en la época de Cárdenas; reaparece en los años 1960 con los dos primeros grupos de reggae en México, Benny y su grupo y Ely Combo; declina de nuevo con la transformación de Quintana Roo en último Estado de la Federación, que significó una transformación radical de su población; y renace en los años 2000 con una nueva generación de músicos1. Estudiare el lugar de la música afrocaribeña en dos ciudades del Estado de Quintana Roo: Chetumal, su capital, considerada como la “cuna del mestizaje” en México, Felipe Carrillo Puerto, capital de la “zona maya” del Estado. Me preguntaré si se puede hablar de una “música negra sin negros” o de una “música afrocaribeña sin etnicidad”, de la misma manera que Livio Sansone (2003) se refiere a una “blackness without ethnicity”2.

La presencia de la música afrocaribeña en Quintana Roo sigue una lógica distinta de la estudiada por Peter Wade (2002) en el Caribe colombiano. P. Wade muestra como una música, negra y periférica, se ha vuelto un componente de la identidad nacional. Apropiándose un estilo musical (el tropicalismo), las elites introdujeron la heterogeneidad en la unidad nacional, considerada mestiza. De su lado, la música en Quintana Roo no se extiende a nivel nacional, no fisura la identidad nacional y la ideología del mestizaje. Sin embargo, también es nacionalizada, en un proceso inverso al que ocurre en el Caribe colombiano: se borra su extraneidad, se banaliza su heterogeneidad, se disuelve su alteridad en el mestizaje y en la indianidad. Trataré de mostrar aquí que la doble alteridad (racial y nacional) ligada a la música afrocaribeña ha sido incorporada al mestizaje y a la indianidad, sin transformar la identidad nacional y sin desaparecer.

“En Chetumal, no somos rasta pero nos gusta el reggae”3

Nada, en apariencia, une a los jóvenes músicos de hoy con la generación de sus padres, cuando Benny y su grupo, Ely Combo o un grupo beliceño de paso animaban las veladas de Chetumal. La música de los campamentos forestales – brukdown, sambay – parece aún más lejana y de hecho jamás se menciona. Varios músicos contemporáneos empezaron por tocar otros géneros (rock, principalmente), por lo que no conocen ni a Benny, ni a Ely, ni la diversidad musical del vecino Belice. Además, para algunos el reggae también se relaciona con el movimiento del “reggae latino”, cantado en español por grupos argentinos, cubanos o mexicanos; en este sentido, no necesariamente conectan, por lo menos al principio, el reggae con una música afrocaribeña. No es sino después de haberse iniciado en el reggae o el ska, cuando algunos comienzan a interesarse por la música que escuchaban sus padres o a ubicar estos ritmos en una corriente musical caribeña. En sus blogs, Hierba Santa, Korto Circuito y Skuadron 16 no hacen referencia a una cultura afrocaribeña; tampoco brindan precisión alguna en torno a su interés por el reggae o el ska. Las declaraciones de los líderes de los grupos por lo general no revelan algún afán o necesidad de situarse dentro de determinada continuidad o herencia, y la música aparece ante todo como un capital simbólico al cual puede recurrirse en forma inmediata, en las relaciones cotidianas o durante una fiesta, para gozar de un estatuto valorado ante sus semejantes. La exhibición de signos identitarios es poco común: aunque algunos jóvenes llevan colores rasta o playeras con la imagen de Bob Marley y algunos pocos músicos ostentan dread locks (en particular, los de Corpus Klan), en términos generales no se observa voluntad alguna de identificarse con un universo “afro”. Se trata, ante todo, de la expresión cultural de una generación (15-25 años) para la cual la música afrocaribeña constituye un elemento de reconocimiento entre otros, sin que por ello sea sinónimo de alguna pertenencia a un universo simbólico más amplio.

Cuando las conversaciones se centran en detalles más prácticos – por ejemplo, la composición del grupo, la formación musical, las primeras influencias –, esta indiferencia deja paso a una inscripción difusa dentro de una tradición local y de una herencia familiar, donde las referencias a la música afrocaribeña son omnipresentes. Así, nos enteramos de que Jorge, líder de Hierba Santa, es hijo de Roque Cervera, uno de los músicos más conocidos de Chetumal, quien obtuvo reconocimiento a nivel nacional. Roque Cervera toca numerosos géneros musicales – entre otros, el jazz y la bossa nova – y mantuvo estrechos lazos con Benny y Ely. Es el autor de la canción “La turraya”, deformación beliceña de “tu tarraya”, que recuerda, con acento inglés y ritmo afrocaribeño, las actividades de los pescadores en la bahía de Chetumal. Además, en el primer grupo (rock) de Jorge tocaba el sobrino de Benny, como saxofonista; en su grupo actual toca con su hermano. Finalmente, el primo de Jorge es Alvrix, también compositor de “Chetumal Rasta”.

Estas relaciones, intercambios y continuidades no suelen presentarse explícitamente, porque aparecen a la vez como muy evidentes y faltos de relevancia, aunque en realidad están estructurados y desempeñan un papel clave. En una pequeña sociedad provinciana, donde la escena musical no es muy desarrollada, el abanico de oportunidades se encuentra a fin de cuentas limitado, tanto en términos de inter-conocimientos como de opciones musicales. La decisión de integrar un grupo de reggae o de ska, no necesariamente obedece a una postura identitaria; de manera más pragmática, resulta de la estructuración misma del ámbito musical local y de su relación con Belice, así como de la inscripción de la práctica musical en un linaje familiar. El reggae y el ska constituyen la expresión de un legado que en realidad no se plantea en términos culturales, sino que obedece más bien a una lógica organizativa interna del mundo de los músicos aficionados y profesionales.

Reggae maya y maya Caribe en Felipe Carrillo Puerto

Durante nuestro primer encuentro, Santos Santiago me habló extensamente del trabajo de su padre en la milpa, así como de su abuelo curandero; me acompañó al Museo de la Guerra de Castas de Tihosuco, dirigiendo la palabra en maya a las personas que lo reconocían. De hecho, se le conoce ante todo como intérprete de música maya pax, la música maya tradicional del Estado de Quintana Roo. Sin embargo, Santos Santiago es también el inventor del reggae maya, con títulos tales como Waka’ka me’ke y Ma’u to’okol to’on y una referencia en la escena musical afrocaribeña local. Santos Santiago no buscó deliberadamente convertirse en un intérprete de reggae; más bien fue el contexto regional el que lo condujo a ello: en la escuela, en su casa, era frecuente escuchar calypso, punta, reggae procedentes de Belice y del resto del Caribe; distintas estancias en Cancún y Corozal (Belice) le permitieron conocer mejor la riqueza musical de la región; finalmente el encuentro con un músico beliceño, en Felipe Carrillo Puerto, le brindaría la ocasión de iniciarse en los ritmos afrocaribeños. Santos Santiago no advierte ruptura alguna en su trayectoria, ni desfase alguno entre maya pax y reggae. Lejos de excluirse mutuamente, las dos músicas constituyen dos expresiones de un mismo entorno cultural. Por una parte, el reggae maya no es un nuevo género: está integrado a la música maya; el componente afrocaribeño no es ajeno a la cultura maya, sino que forma parte integrante de ésta. Por otra, la cultura maya, en Felipe Carrillo Puerto, es caribeña; en palabras de los dueños de la cantina El Tenampa: “Sí, somos mayas, pero mayas del Caribe”. Encontramos aquí las significaciones implícitas del término “Caribe”, el cual permite a la vez distinguirse del resto de la población maya (no sólo de los Estados vecinos de Yucatán y de Campeche, sino también de Chiapas o de Guatemala) y poner en evidencia el carácter plural, abierto, sincrético de esta “cultura maya caribe” dentro de la cual la presencia africana hoy por hoy ya no tiene nada de incongruente. Tampoco es contradictorio, en opinión de Santos Santiago, hablar de calypso dentro de la música maya, ni mezclar la punta garifuna con la jarana yucateca. A fin de cuentas, Santos Santiago no hace sino fusionar ritmos musicales que hasta entonces coexistían en la ciudad.

El grupo Chan Santa Roots, con su blog Cruzob Wailers, ejemplifica esta nueva generación de músicos, que combinan referencias culturales mayas y africanas. Ambos nombres mezclan la evocación del antiguo Chan Santa Cruz (que evocaba la “cruz parlante”, símbolo religioso de la resistencia maya durante la Guerra de Castas) y de los “mayas cruzob” (nombre dado a los mayas rebeldes) con un anclaje musical anglosajón (“roots”) o en referencia al grupo que acompañó a Bob Marley (the Wailers). En sus palabras, se nota un afán de conocer no solamente el universo musical afrocaribeño, la cultura rastafari, sino también la música y la lengua maya. Así, dos miembros del grupo estudian en la carrera de lengua y cultura maya de la Universidad Intercultural de José María Morelos. De hecho, incluyen canciones en maya dentro de su repertorio. Asimismo, en el blog animado por uno de los integrantes del grupo (https://cruzoob-wailers.blogspot.com/), varios de los artículos yuxtaponen música maya y música afrocaribeña, referencias al rastafarismo y a la Guerra de Castas, imagen de Bob Marley y de Jacinto Pat o Cecilio Chi, iniciadores de la Guerra de Castas. Van estableciendo así poco a poco una asociación explícita entre rastas y cruzob, subrayando una forma de resistencia común a dos poblaciones subalternas. Los jóvenes de Felipe Carrillo Puerto quizá se identifiquen más fácilmente con la figura de Bob Marley, a la vez consensual y desfasada en el contexto local, que con los héroes nacionales de la Independencia y la Revolución, omnipresentes aunque tan lejanos4. La música afrocaribeña aparece hoy por hoy como un recurso positivo, dotado de mayores cualidades, en términos de visibilidad, singularidad, reivindicación, que la música indígena o que la música mexicana. En ciertos contextos y para ciertas prácticas claramente definidas, lo “negro” escapa de los estigmas a los cuales se le suele reducir, en particular en México.

Conclusiones

Lo “negro” no constituye una alternativa al mestizaje o un cuestionamiento de éste, sino más bien un matiz, un grado dentro de un mestizaje que, a su vez, es heterogéneo y engloba simultáneamente las categorías de mestizo, maya, afrocaribeño. Este mestizaje maleable, de geometría variable, intrínsecamente ambiguo, genera y acepta nuevas diferencias, al mismo tiempo que excluye o transforma a los individuos, los rasgos, las ideas considerados como “ajenos” a una identidad nacional, la cual se encuentra a su vez en perpetua construcción. La música afrocaribeña en Chetumal no es un “desafío” al mestizaje (Anderson y England, 2005); al contrario, sería más bien una prueba de integración y de la poca significación o relevancia de los signos culturales afrocaribeños. La “música negra” no se inscribe en una identificación a un mundo cultural afrocaribeño o al Black Atlantic de Gilroy (1993), no produce “identidades afroamericanas”; se disuelve más bien – sin desaparecer – en el “mismo” en la ideología nacional del mestizaje en Chetumal, y se incorpora al “otro” a través de su asociación a la cultura maya en Felipe Carrillo Puerto. Vemos así la capacidad de la sociedad mexicana por transformar una alteridad doblemente exógena, en términos raciales y nacionales, en una alteridad endógena, no problemática.

Notas

1. Ver Cunin, 2012, para un análisis más amplio de la genealogía de la música afrocaribeña en el sur de Quintana Roo.

2. Es decir una identificación a “lo negro” que no produce una pertenencia étnica.

3.Alvrix, CD “Chetumal Rasta”, RC Producciones, 2001.

4. Recordemos que el Territorio de Quintana Roo se fundó en 1902: considerado como una colonia penal y militar, sólo participó de manera muy marginal en los acontecimientos de la Revolución (1910) y no existía en el momento de la Independencia (1810).


Referencias

    • Anderson, Mark y Sarah England
      2005. “¿Auténtica cultura africana en Honduras? Los afrocentroamericanos desafían el mestizaje indohispano en Honduras” en D. A. Euraque, J. L. Gould, Ch. R. Hale (ed.) Memorias del mestizaje. Cultura política en Centroamérica de 1920 al presente. Antigua, Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica, Guatemala, pp. 253-294.
    • Cunin Elisabeth
      2012. “En Chetumal, no somos rasta pero nos gusta el reggae” (Alvrix): música afrocaribeña, identidad y región en la frontera México-Belice, Alteridades, 22 (43), septiembre, pp. 79-94.
    • Gilroy Paul.
      1993. The Black Atlantic. Modernity and Double Consciousness. London, Verso.
    • Sansone Livio.
      2003. Blackness Without Ethnicity. Constructing Race in Brazil. New York, Palgrave Macmillan.
    • Wade Peter
      2002. Música, Raza y Nación. Música tropical en Colombia. Bogotá, Vice Presidencia de la República – Departamento Nacional de Planeación – Programa Plan Caribe.

Cómo citar este artículo

Cunin, E. (2013). Alteridad y mismidad: música afrocaribeña en el Estado de Quintana Roo, México. Boletín OPCA, 05, 21-27.


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