OPCA # 11

Sembrando afectos y recogiendo proyectos en común: subjetividad y patrimonio en la frontera rural-urbana de Bogotá.

Laura Villalba
Antropóloga y Literata de la Universidad de los Andes.
Interesada en estudios sobre patrimonio cultural, subjetividad y prácticas políticas, y narrativas literarias con enfoque de género.

Huerta - Fotografía de Laura Villalba.

Los discursos dominantes sobre la cuestión de lo patrimonial en Colombia están siendo encaminados a asentarse cada vez más sobre estrategias de consumo, mercado y emprendimiento (Chávez, 2014). Desde hace algunos años las políticas públicas han facilitado que las producciones culturales sean apropiadas por proyectos productivos1, y en particular por las lógicas de un turismo muchas veces cuestionable (Sánchez, 2014). Este discurso ha permeado a distintas comunidades que ahora le otorgan a sus prácticas y saberes un potencial turístico. Es el caso de un grupo de mujeres en la vereda La Requilina, en zona rural de Usme, quienes con el apoyo del Instituto Distrital de Turismo y otras organizaciones crearon en el 2014 una Ruta Agro turística que se propone visibilizar, defender y gestionar el territorio rural de Bogotá, y bajo la cual se presentan como las protectoras de lo que denominan el patrimonio ancestral campesino en la ciudad. Pero, a pesar de que la creación de la Ruta está inmersa en las lógicas de productividad y emprendimiento que el gobierno pretende instaurar para una efectiva gestión del patrimonio inmaterial, esta misma escapa a las estructuras hegemónicas de las políticas de mercado, permitiendo movilizar una forma de agenciamiento cultural en la comunidad.

La Ruta Agroturística es el resultado de una reivindicación por las formas de vida de la ruralidad que comparten las mujeres de la vereda; es decir por una cotidianidad que viven y valoran en común. En conjunto buscan evitar que las empresas distritales como Metrovivienda urbanicen su territorio, y terminen absorbiendo con ello las casas que ellas mismas o sus familiares han construido, los animales, los cultivos, las quebradas y las prácticas rurales; y para ello desde hace algunos años han venido activando distintos mecanismos de agencia, el más reciente es la creación de la Ruta. Las mujeres participantes han logrado apropiarse del proyecto que idearon, diseñando la forma en que sería ejecutado, seleccionando las temáticas rurales y las fincas que serían incluidas y siendo las principales mediadoras entre los visitantes y este destino agroturístico.

Se entenderá que en este caso lo patrimonial se encuentra estrechamente imbricado en los procesos organizativos y políticos de la vereda, y estos a la vez en las formas de subjetividad local. Mi reflexión se centra en las prácticas y discursos que realizan las mujeres como reflejo de su subjetividad, para discutir cómo ellas ponen en marcha una doble agencia. Primero como una acción política concreta que se sitúa en el campo de los proyectos, las intenciones y el poder (Ortner, 2006); y segundo, como una búsqueda de significados simbólicos que se sitúa más de lado de los sistemas de valor y de los constructos emotivos e intersubjetivos (Biehl, Good y Kleinman, 2007). De esta forma, argumentaré cómo la creación de la Ruta y de otras acciones que se han llevado a cabo para proteger el territorio rural de la vereda se asienta en un entramado de afectos, sensibilidades, memorias e historias comunes, antes que en los intereses particulares que se derivan del discurso dominante del patrimonio. Para ello, además de haber conocido y analizado la Ruta, hice uso de los resultados de dos talleres de arte dirigidos a los niños, los jóvenes y las mujeres de la vereda y coordinados por la Fundación Tridha, organización en la que llevé a cabo mi práctica de grado para optar al título de antropóloga, con el fin de que esta parte de la comunidad volviera a ver su territorio y le diera una forma a sus miedos, ilusiones y deseos desde lo creativo. A partir de estos trabajos se fue revelando el universo simbólico que rodeaba a las mujeres y su cotidianidad, el cual decidí para efectos de este artículo agrupar en tres categorías: 1) Territorio, 2) Comunidad y memoria y 3) Género.

I. Territorio: “Porque con mis manos labro esta tierra”.

Dentro del contexto de la Ruta, el territorio rural es comprendido por las mujeres en el mismo sentido pragmático que lo hacen los discursos de patrimonialización. Consideran que este ofrece un servicio cultural, ambiental y alimentario a la ciudad, mientras que definen sus fincas como lugares llenos de potencialidades que deben ser protegidos por el ordenamiento territorial y visibilizados al exterior de la comunidad a través de estrategias como el ecoturismo. Así lo presenta Otilia Cuervo una de las líderes y ejecutoras del proyecto:

“Cada una de la fincas tiene un potencial, tenemos la transformación de la lana hasta que se termina en su fase final que es la elaboración de artesanías, en los tejidos; tenemos producción de abonos orgánicos; producciones antiguas; los nacederos; producciones de cerdos, producción de especies menores como gallinas y aves de corral; la parte ambiental; la parte de plantas medicinales” (Corporación Cultural FAUS “La Requilina, agroturismo”, 2014).

De esta forma, este conjunto de prácticas culturales y económicas se llenan de valor por el beneficio que brindan en términos de seguridad alimentaria, protección ambiental y conocimientos en salud. La utilización de abonos orgánicos, por medio de los lombricultivos, y de pesticidas naturales por medio de técnicas de cocción de caldos calientes; el cuidado de quebradas, y la preservación de especies nativas enseñan un eficiente manejo ecológico del ecosistema que las mujeres buscan rescatar y difundir al exterior de la comunidad.

Sin embargo, cuando consideré las percepciones individuales de algunas de las mujeres con respecto a su territorio, por medio de dos actividades particulares que se llevaron a cabo en los talleres -la primera consistía en elaborar un diario íntimo y personal, y la segunda, en escoger unos objetos que fueran de alguna forma especiales para cada una-, los discursos fijos comenzaron a disolverse. Tan raro y tan rico, y que perder este fruto injerto, que su madre le enseñó a cultivar, significaría perder la felicidad con la que sus hijas reciben el jugo que prepara cada mañana con tanto amor. Otra de ellas señaló que era la tierra el elemento que más apreciaba en su vida diaria porque eran sus manos las que la labraban y era su cuidado delicado y amoroso lo que la hacía fértil. Es así como para la mayoría de mujeres el valor de la tierra y de lo que ésta produce guarda un significado que parte de lo afectivo y lo subjetivo y que no puede ser simplificado mediante lógicas racionales de consumo.

II. Comunidad y Memoria: Usme o el “nido de amor”.

Paralelamente a la creación de la Ruta, las mujeres iniciaron una recuperación de la memoria local a través de historias de vida de la región que les han permitido comprender sus propias prácticas y situaciones actuales. Sin embargo, con los ejercicios artísticos surgió otro tipo de memoria que es mucho más cercana a la experiencia de cada mujer: una memoria individual y simbólica. Se trata de los recuerdos que guarda cada mujer sobre su infancia, sus relaciones familiares, o cualquier otra experiencia de vida. Y, en este caso, las actividades antes mencionadas de escribir un diario y recolectar objetos revelaron que los recuerdos más significativos de estas mujeres, están mediados por elementos que son exclusivos del territorio y las dinámicas rurales. Es decir que además de todos los significados señalados, el territorio y las distintas prácticas, tienen un valor simbólico en la medida en que allí están contenidos una infinidad de recuerdos que sus dueñas consideran únicos y valiosos.

En uno de los diarios, Blanca menciona que el recuerdo más especial de su finca es el de su caballo Palomo, a quien le guarda mucho cariño porque cuando era niña la llevaba a ordeñar las vacas de su familia; y cuenta que lloró mucho cuando éste se murió porque lo cargaron de trabajo. Hoy le queda una herradura oxidada que atesora para recordar a su caballo. También habla del recuerdo de sus padres, que está presente en la casa que ellos le dejaron y de dos pequeños pero significativos objetos: una moneda de veinte centavos y una aguja de tejer croché. La moneda era la mesada que su padre le entregaba para comprar sus onces en una tienda de la vereda y la aguja es el tejido que su madre le trasmitió. Esa sensibilidad por darle un valor emotivo al trabajo de los padres se reproduce igualmente en las generaciones más jóvenes. Luisa, con 17 años comentaba que en la vereda se decía que Usme significa “nido de amor” y creía que las familias campesinas que allí habitaban, y en especial la suya, le hacían honor a ese nombre. Su recuerdo más presente era la tierra mojada porque desde que era niña su padre le enseñaba a cosechar el maíz.

La memoria de estas mujeres conforma finalmente un conjunto de recuerdos, en los que se manifiestan sus ilusiones y deseos desde un carácter propio, pero que solo podrán ser transmitidos “en el tejido de las imágenes y del lenguaje” que pertenece al grupo; es decir a una narrativa rural que todas comparten (Candau, 2002).

Todos estos elementos rurales vistos desde la mirada artística evocan las emociones más elementales que han sido configuradas dentro de los procesos de intersubjetividad y que reclaman los críticos de las teorías estructuralistas (Geertz, 1973; Ortner, 2006; Biehl, Good y Kleinman, 2007); es decir las emociones que se forjan en la relación que tienen los padres con sus hijos desde que nacen hasta el momento que viven actualmente y que se codifican en los diferentes objetos, prácticas y recuerdos. Es sobre la base de estas historias y recuerdos significativos, comunes a casi todas estas mujeres, que se empiezan a tejer los procesos organizativos de la comunidad, los procesos de construcción de una memoria, y las acciones concretas de agenciamiento.

III. Género: “Mi profesión: líder comunitaria, madre y esposa”.

Las mujeres son en diferentes aspectos las protagonistas en este trabajo. La mayoría de mujeres de ésta vereda son quienes hacen funcionar sus fincas; se hacen cargo de sus hijos; cocinan para su familia; y mantienen tradiciones como el tejido en lana. Mientras que la mayoría de hombres se encargan del transporte y la venta de los productos, y unos pocos ayudan en el cultivo. Aunque muchas reciben ayuda de sus hijos o esposos ellas son quienes dirigen sus hogares y realizan el trabajo más arduo que les exige el campo.

Por esto, así como valoran su territorio y su comunidad, también valoran su trabajo como líderes y madres. Conscientes de que son sujetos con una identidad política, que les permite tener incidencia en su propia realidad, han conformado una fuerza social propia que busca impulsar su desarrollo y generar propuestas de cambio de beneficio colectivo (Canabal Cristiani, 1994) Ellas mismas han descubierto sus potencialidades y el alcance que puede tener la unión de sus voces en torno a un interés común. En el año 2013, doce de ellas se unieron creando la corporación “Mujer y Tierra” para visibilizar el trabajo de la mujer en el campo y ofrecer alternativas a los diversos conflictos por los que atraviesan: problemas de producción causados por sequías y cambio climático, de contaminación de las quebradas causados por las mineras de arena, o problemas económicos causados por los costos de los intermediarios.

En la vereda La Requilina las mujeres se definen a sí mismas como líderes campesinas que luchan por su territorio y su patrimonio ancestral, y aunque es claro que esta categoría de identidad no es esencial ni fija, si es una estrategia efectiva, como apunta Spivak (1985) con su concepto de “esencialismo estratégico”, para obtener visibilidad y logros en el plano político. En este caso, la lucha por el territorio rural, visto desde el plano político, las ha llevado a configurar una imagen con la que se presentan ante la sociedad, la de mujeres campesinas. Pero lo cierto es que, antes que una diferenciación categórica y genérica, lo que está en juego en éste proceso es una serie de sensibilidades, miedos, y afectos que las mujeres han forjado en el marco de sus relaciones con el territorio -que son sus prácticas y saberes- y de sus relaciones intersubjetivas dentro de la comunidad. Se trata de subjetividades simbólicas que rebasan el lenguaje y las lógicas legislativas de la gestión y protección del patrimonio, pero que deben empezar a ser abordadas y comprendidas para poder ahondar en la discusión de qué o quién y para qué o para quienes se está salvaguardando.

Conclusiones

Bajo esta reflexión quise proponer una nueva mirada dentro de la discusión de lo patrimonial. Una mirada que se aleja de los lugares habituales en que este ha sido negociado y comprendido– las instituciones, las academias y la política pública- para centrarse en elementos de la cotidianidad y aspectos de la subjetividad. En este caso la cotidianidad rural con representaciones tan sencillas como la preparación de jugo excepcional, el recuerdo de un caballo, el cuidado de la tierra o las enseñanzas de los padres, encierra un universo de significados simbólicos y emotivos que cobra sentido en la vida de cada quien. De esta cotidianidad emergen nociones de lo común relacionadas estrechamente con el territorio, la construcción de memoria y comunidad, y la percepción del género. Todas las mujeres que tuve la oportunidad de conocer valoraban enormemente su trabajo en el campo y sus fincas; sus historias de vida y las de su familia; su vecindad y la manera en que se ha organizado; así como su rol como madres y líderes políticas. De esa valoración en conjunto y el darse cuenta de que comparten las mismas historias, sensibilidades, miedos, problemáticas y potenciales surge la posibilidad de agenciamiento y de apropiación de sus proyectos de vida. Y es en este proceso donde considero que lo patrimonial puede superar sus efectos negativos, encontrar un rol más allá del salvaguardar por salvaguardar y plantearse nuevos retos con respecto a la producción de lo cultural.

Paisaje - Fotografía de Laura Villalba.

Notas

1. El Compendio de Políticas Culturales del Ministerio de Cultura del año 2010 define como principal objetivo: “Posicionar a Colombia como un destino de turismo cultural nacional e internacional, a través de su diversidad y riqueza cultural, para generar dinámicas de desarrollo local y cadenas productivas sostenibles que promuevan la competitividad del patrimonio y la identidad regional.” (citado en Sánchez, 2014: 140).

Referencias

    • Biehl, Joao; Good, Byron y Klienman, Arthur.
      2007. Introduction. En J. Biehl, B. Good, & A. Klienman (Eds.). Subjectivity (pp.1-23). Berkeley: University of California Press
    • Candau, Joel.
      s.f. Memorias y amnesias colectivas. En J. Candau (Ed.). Antropología de la memoria (pp.56-86). Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.
    • Canabal Cristiani, Beatriz.
      1994. “La mujer campesina como sujeto social. Formas de investigación y acción”. Revista Mexicana de Sociología, 56, (2): 89-103.
    • Chávez, Margarita.
      2014. Introducción. Agentes sociales, estrategias políticas y mercados culturales en procesos de patrimonialización. En M. Chávez, M. Montenegro, y M. Zambrano (Eds.). El valor del patrimonio: mercado políticas culturales y agenciamientos sociales (pp. 11-36). Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH.
    • Corporación Cultural FAUS.
      2014. La Requilina, agroturismo en zona rural de Usme. (2014, 26 de junio). Recuperado el día 29 de agosto de 2015 de AQUÍ.
    • Geertz, Clifford.
      1973. The Interpretation of Cultures. New York: Basic Books.
    • Ortner, Sherry
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    • Ortner, Sherry
      2006b. Power and Projects. En S. Ortner (Ed.). Anthropology and Social Theory: Culture, Power and the Acting Subject (pp. 129-153). Durham: Duke University Press.
    • Sánchez, Pilar.
      2014. Turismo, emprendimiento y la privatización de las políticas culturales en Colombia. En M. Chávez, M. Montenegro, & M. Zambrano (Eds.). El valor del patrimonio: mercado políticas culturales y agenciamientos sociales (pp. 11-36). Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH.
    • Spivak, Gayatri.
      1985. Feminism and Critical Theory. En P. Treichler (Ed.). For Alma Mater: Theory and Practice in Feminist Scholarship (pp. 119-142). Urbana: University of Illinois Press.

Cómo citar este artículo

Villalba, L. (2016). Sembrando afectos y recogiendo proyectos en común: subjetividad y patrimonio en la frontera rural-urbana de Bogotá. Boletín OPCA, 11, 23-28.


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