OPCA # 9

El conflicto del patrimonio y/o el patrimonio en el conflicto

Luis Gerardo Franco
luisge7@hotmail.com

Antropólogo. Candidato a Ph.D. en Ciencias Humanas con mención en estudios sociales y culturales.
Universidad Nacional de Catamarca, Argentina.

Resumen

El patrimonio cultural, ya arqueológico, histórico, material o inmaterial, está relacionado con procesos de memoria/olvido. Estos procesos son una búsqueda activa en el esfuerzo de luchar contra la desaparición de cosas o eventos importantes en la construcción y articulación de sentido histórico e identitario dentro de las sociedades. Esta lucha en contextos de conflicto incluye otro elemento dada la característica traumática del recuerdo: cómo pensar y definir los procesos simbólicos y materiales con que se condensa la memoria. Décadas de conflicto en Colombia han hecho que el conflicto se viva como cotidiano y que las prácticas culturales, aún las no asociadas al patrimonio en su sentido institucional, intenten tomar distancia de él y aparecer como articuladoras de historias, sentidos de lugar y memorias colectivas. Una suerte de narrativas que expresan tanto el rechazo, la supervivencia e intención de generar una “re-existencia”. Finalmente, este texto debe considerarse como un primer acercamiento a pensar el tema del patrimonio en contextos de conflicto.

Palabras claves: Conflicto del patrimonio; Patrimonio y conflicto; Memoria/olvido.

Introducción

El patrimonio cultural, tanto arqueológico, histórico, material o inmaterial, está relacionado con procesos de memoria/olvido. Estos procesos son una búsqueda activa en el esfuerzo de luchar contra la desaparición de cosas o eventos que ocupan un lugar importante dentro de la construcción y articulación de sentido histórico e identitario en los distintos grupos sociales y culturales. A su vez, dichos procesos están articulados a procesos políticos que son agenciados desde el Estado, en todos sus niveles, instituciones no gubernamentales, agencias multinacionales y comunidades locales. Los intereses políticos, económicos y culturales que confluyen al tema del patrimonio nos han llevado desde hace algunas décadas a aceptar que el patrimonio es una construcción social. Lejos estamos de concebirlo como algo natural, atemporal y por fuera de relaciones de poder. En general, el patrimonio aparece como un dispositivo que permitió condensar y encausar las múltiples manifestaciones culturales hacia un “nosotros” ligado al surgimiento del Estado-Nación. Se configuró así como un dispositivo de vigilancia de los procesos de memoria y olvido de la nación (Cf. Gnecco y Zambrano 2000). Con el paso del tiempo y con las cambiantes configuraciones culturales de la sociedad –el paso de una nación sustentada en la homogeneidad a una nación heterogénea sustentada en el paradigma multicultural- hemos asistido a la emergencia de prácticas locales vueltas y/o configuradas como patrimonios locales. Sin embargo, muchas de estas manifestaciones locales para ser visibles deben estar dentro del marco institucional establecido para poder ser incorporados a ese imaginario del “nosotros”, ahora “heterogéneos”, pero todavía nacional. Tal prolijidad de configuraciones patrimoniales de carácter local están mediadas por la demanda y la actitud “multicultural de respeto de la Otredad”, actitud que al decir del filósofo Slavoj Zizek (2004), también se compone de un “miedo obsesivo al acoso, a la intrusión – es decir, el Otro está bien en la medida en que su presencia no sea intrusa, en la medida en que el Otro no sea realmente Otro”.

El conflicto como patrimonio

Los procesos de memoria/olvido en contextos de conflicto incluyen un elemento trascendental, dada la característica traumática del recuerdo, que tiene que ver con los procesos simbólicos y materiales con que se condensa la memoria. Las generaciones de ayer y de hoy podrían pensar que el conflicto, con sus manifestaciones de violencia, forma parte de su patrimonio si lo entendemos a éste en su sentido de aquello que es heredado a sus descendientes: “Las lenguas romances usan términos derivados del latín patrimonium para referirse a la “propiedad heredada del padre o de los antepasados, una herencia”” (Funari y Pelegrini, 2007: 34). Nuestros padres, nuestros abuelos y todos aquellos que le han dado sentido a nuestra sociedad han legado, de una u otra manera, el conflicto y la violencia a cada uno de los colombianos. Décadas de conflicto en Colombia han hecho que éste se viva como cotidiano y que las prácticas culturales, aún las no asociadas al patrimonio en su sentido institucional, intenten tomar distancia de él y aparecer como articuladoras de historias, sentidos de lugar y memorias colectivas. Una suerte de narrativas que expresan tanto el rechazo, la supervivencia e intención de generar una “re-existencia” (Alban, 2007). Hacer del conflicto un patrimonio implicaría una nueva relación con los procesos de dolor, terror, y con toda la materialidad asociada a él. Una nueva relación, no contemplativa, sino más bien activa en el proceso de rememorar todo aquello que no queremos repetir.

El patrimonio como conflicto

Definir qué se recuerda y qué se olvida pasa por preservar/borrar elementos asociados a la violencia y al conflicto. Esto debido a que, como lo menciona Ricoeur (2013: 108) en los archivos de la memoria colectiva se almacenan heridas simbólicas ligadas a la violencia que exigen curación. No obstante, ¿La distancia, ya temporal, ya espacial, ya cultural, afecta nuestra experiencia de lo patrimonial? Aquellos eventos, objetos, y sus correlatos narrativos, que están ubicados en un pasado reciente causaran mayores problemas en el proceso de rememoración que aquellos que están ubicados más lejos en el tiempo. Lo mismo podrá pasar con el aspecto espacial. Permitámonos un ejemplo. La Casa Arana, en su momento, propiedad del comerciante peruano Julio Cesar Arana y ubicada en el corregimiento de La Chorrera en el departamento del Putumayo, fue parte de un proceso de apropiación por parte de las comunidades indígenas Huitotos, Boras, Okainas y Muinanes como un sitio para recordar a sus abuelos y no olvidar los vejámenes a los que fueron sometidos. Posteriormente, este suceso pasó a ser conocido por el resto de la sociedad nacional pasando a formar parte del patrimonio cultural de la Nación. En el año 2008 el Ministerio de Cultura declaró La Casa Arana como Bien de Interés Cultural de la Nación siendo objeto de acciones tendientes a su conservación física. Este lugar fue testigo de un conflicto que para muchos resulta distante tanto en términos espaciales, temporales como culturales. Allí fue el escenario donde se materializó la «fiebre del Caucho» que produjo la muerte de aproximadamente 30.000 indígenas a principios del Siglo XX. ¿Tendría algo que ver en la declaratoria que estos hechos pasaran en otro tiempo, otro espacio y a los otros? Y ¿qué pasa si esto nos pasa a nosotros, en nuestro tiempo y en nuestro espacio?

La Hacienda Nápoles, propiedad del jefe del cartel de Medellín Pablo Escobar y ubicada en el municipio de Puerto Triunfo, departamento de Antioquia. La Hacienda Nápoles fue el lugar donde se propiciaron cientos, quizás miles, de muertes y fue el centro desde donde irradiaba el terror y la violencia en una época de la historia colombiana. Por fotografías vemos una casa vuelta escombros. Un funcionario del parque temático en que se convirtió la Hacienda mencionó que: «desde que la propiedad de Escobar pasó a manos del Estado colombiano, y este a su vez lo entregó mediante contrato a la empresa Atecsa y a la Corporación Cultura Ambiental, quedó claro que la casa de Escobar nunca sería reconstruida, pues para nadie tiene valor ni histórico, ni arquitectónico, ni patrimonial» (Periódico El Tiempo, 5 de febrero 2015)1. En estos dos ejemplos estamos ante el patrimonio como conflicto, o mejor, ante los procesos de patrimonialización como conflictivos. Por un lado, se recuerda el horror que sufrieron los “otros”, y por otro lado, se olvida el horror que sufrimos “nosotros”.

La falta de reconocimiento de esos espacios, eventos y narraciones que aparentemente “no tienen valor histórico, arquitectónico, ni patrimonial” condena al olvido la memoria de cientos de personas e imposibilita el conocimiento de los hechos del pasado que han convertido a nuestra sociedad en lo que es actualmente. Estos lugares, obviamente con connotaciones negativas, son molestos dentro del imaginario nacional. Quizá la denominación de “patrimonios negativos” adelantada por Lynn Meskell (2002) contribuya a pensar estos espacios en nuestro país. Los patrimonios negativos “ocupan un rol doble: pueden ser movilizados para propuestas didácticas positivas (ej. Auschwitz, Hiroshima, el sexto distrito) o alternativamente pueden ser borrados si tales lugares no pueden ser culturalmente rehabilitados y resisten la incorporación dentro del imaginario nacional (ej. Estatuas y arquitectura nazi y soviéticas)” (Meskell 2002: 558). La pregunta ¿por qué la Casa Arana, sí y la Hacienda Nápoles, no? resulta interesante en tanto que nos invita a pensar en la lógica de patrimonialización que actúa en los lugares, los objetos y los monumentos involucrados en contextos de conflicto.

Patrimonios y conflictos que anteceden al conflicto

La memoria herida se ve obligada siempre a enfrentarse con pérdidas
(Ricoeur, 2013: 109).

La definición de patrimonio inmaterial, implicado dentro del patrimonio cultural de la nación, nos dice que son manifestaciones de este,...“ todas las prácticas, los usos, representaciones, expresiones, conocimientos, técnicas y espacios culturales que las comunidades y los grupos reconocen como parte integrante de su identidad y memoria colectiva” (Artículo 8 de la Ley 1185 del 2008). De acuerdo a esto, será necesario pensar aquellas prácticas materiales y simbólicas que son representativas para los diversos grupos sociales y culturales del país que no están asociados exclusivamente, aunque si hayan sido permeadas, con el conflicto que vivimos en la actualidad y que son parte fundamental en la expresión de su identidad. Reducir el conflicto a un asunto exclusivo del conflicto armado hará que perdamos de vista aspectos igual de relevantes en la relación entre patrimonio, conflicto y violencia. El conflicto puede verse entonces como una expresión de una sociedad que se ha articulado a partir de relaciones de poder que han subordinado grupos sociales y culturales a un grupo social (etnoclase). Así, los antagonismos en conflicto ponen en escena el papel de la configuración de sentido sobre prácticas materiales e inmateriales que en la lógica de la fascinación por el objeto y por su valor de cambio oblitera aquellas configuraciones ajenas a esa lógica. De esta manera, deberemos ampliar nuestra mirada para intentar comprender los sentidos que están involucrados en, por ejemplo, la lucha por la tierra y el territorio de comunidades indígenas y afrodescendientes ante el Estado, las multinacionales y los grupos armados. Este es un conflicto que se ha vivido durante toda la historia de Colombia y que tiene aspectos económicos, políticos y sociales, pero también culturales y hasta patrimoniales en el sentido que la relación con el territorio de estas comunidades pasa por ser una expresión directa de su identidad, sobre la cual se construye su memoria colectiva. Podemos ubicar también a los grupos desplazados entre aquellos que en su relación con sus tierras abandonadas por la fuerza han tejido una historia de vida colectiva por medio de manifestaciones materiales e inmateriales de lo que han ido heredando de sus abuelos. En este sentido, necesitaremos reelaborar una categoría de patrimonio que nos permita ver las complejidades de nuestros contextos y las posibles rearticulaciones de viejos problemas a nuevos escenarios. Una categoría que nos permita pensar cómo nos afecta la distancia temporal, espacial y cultural, en aquello que definimos o redefinimos como patrimonio en los contextos de conflicto que vivimos constantemente (conflictos sociales, ideológicos, políticos, violentos). La responsabilidad que esto implica será una responsabilidad política amparada en procesos concretos (el patrimonio cultural en abstracto opaca las realidades concretas) y orientada a la transformación del presente.

Referencias

    • Alban, Adolfo
      2007. Tiempos de zango y de guampín: transformaciones gastronómicas, territorialidad y re-existencia socio-cultural en comunidades Afro-descendientes de los valles interandinos del Patía (sur de Colombia) y Chota (norte del Ecuador), siglo XX. Tesis doctoral. Doctorado en Estudios Culturales Latinoamericanos. Universidad Andina Simón Bolívar. Quito, Ecuador.
    • Meskell, Lynn
      2002. Negative heritage and past mastering in archaeology. Anthropological Quarterly, Vol. 75, No. 3 :557-574..
    • Funari, Pedro Paulo y Sandra Pelegrini
      2007. Conciencia sobre la preservación y desafíos del patrimonio cultural en Brasil. En: Diógenes Patiño (Ed.), Las vías del patrimonio, la memoria y la arqueología, pp. 33-56. Popayán: Universidad del Cauca.
    • Zizek, Slavoj
      2004. La Pasión en la era de la creencia descafeinada. Versión en internet disponible AQUÍ.
      Recuperado el 12 de mayo de 2013. Título Original: Passion In The Era of Decaffeinated Belief Extraído de: The Symptom. Issue 5 Winter 2004 AQUÍ
    • Gnecco, Cristóbal y Marta Zambrano (Editores)
      2000. Memorias hegemónicas, memorias disidentes. El pasado como política de la historia. Santafé de Bogotá: Ministerio de Cultura, Universidad del Cauca, Instituto Colombiano de Antropología.
    • Paul, Ricoeur
      2013. La memoria, la historia y el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica

Cómo citar este artículo

Franco, L. G. (2015). El conflicto del patrimonio y/o el patrimonio en el conflicto. Boletín OPCA, 09, 50-57.


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